12.1.05

No hace falta leerlo, pero me hacía falta escribirlo.

Martes, 11 de enero de 2005 - 10:17 pm

Y acá estoy, frente al frío Word. Nunca escribí un post acá. Es el primero. Sip. Es que tengo ganas de escribir mucho. Como hace mucho que no escribo mucho acá acá estoy, escribiendo mucho; aunque no son muchos los que leen mucho pero mucho no me importa. Mas bien poco. Además llueve, o está por llover, y no tengo muchas ganas de que se me queme el modem. Ya vengo. Ya volví. Qué estaba diciendo? Ah! No importa. Retomando (como me cuesta empezar)?hay varias ideas que quiero guardar (más que compartir). Si a alguien le sirven, bien. Sino, de todas forma este post cumple su cometido. Es que es soy como una especia de coleccionista de ideas. No tengo muchas, pero las que tengo y me gustan trato de retenerlas. Eso esta bien? who cares. Por ejemplo, hoy, cuando estaba haciendo un poster para mi pared, con algunos recortes y cosas, se me vino a la cabeza esto: cuando venga, algún día, algún intelectual y me joda le voy a responder: sí, vos sabés todas esas boludeces porque te pasaste toda tu infancia leyendo libros gordos, pero a que no pasaste el monkey island sin ayuda, o el maniac mansión 1 y 2?
Ven? me gusta guardar boludeces como esa.
También hay otras cosas que tengo ganas de guardar hoy.
A continuación, una de esas cosas?el resto quedará para otro día.


Domingo, doce del mediodía, Chile. Último día de vacaciones. El cura hablaba de la poca importancia que le dan los cristianos al bautismo. De lo importante que era recordar, por ejemplo, la iglesia donde fuimos bautizados o el cura que tiró agua sobre las sienes de los elegidos por el Señor. De tantas cosas habría que acordarse. Por suerte no habló del pecado original. ¿Qué pecado si Adan, Eva y la manzana nunca existieron? Algún día ahogaré mi duda con un teólogo. Creo.
De pie por la cantidad de gente, en uno de los costados de la pequeña capilla, pensaba si prefería a los adinerados creyentes o a los acaudalados ateos. Es que ese pueblo es chico, pero se vive muy bien. Tiene estilo y glamour. Solo hay rubios. Hay algunos que son menos ricos y castaños, pero igual llegan cuatro o cinco veces a fin de mes.
Después del sermón llegué a la ambigua conclusión de que ambos pueden ser peligrosos? Un adinerado es un adinerado. En el momento en que lleva a la mucama a la playa para que juegue con sus niños pasa a la lista de enemigos de mi pacífica batalla contra el sistema. Demasiado pacífica quizás. Quizás no.
Pero no todas son penas en el camino del Señor. Allí, en el banco que estaba a escasos centímetros de la pared en donde me encontraba apoyado había una nena. ¿Seis? ¿Siete? ¿Ocho años quizás? No se. No me gusta la palabra nena. Me parece peyorativa. Pero por mi escaso léxico asi la llamaré: era una nena. No era una nena cualquiera. Era una nena inquieta. Estaba sentada entre su madre y su padre. Su madre era una señora de unos cuarenta años. Su padre, en cambio, parecía su abuelo. Quizás lo era, pero ella le decía papá, o eso creí escuchar. Ella tenía un hermano. Un chico que estaba sentado atrás de ellos y le dejó, por accidente, el asiento a una vieja con un yeso en el brazo. El chico, de unos catorce años, se paró a decirle algo a su mamá y mientras estaba de pie en el pasillo que separaba su banco del resto de su familia, la vieja se acomodó. La cara de él cuando giró y vió a la vieja me dio risa. El chico tenía en la mano un sombrero, como de cowboy, de cuero. Tenía cara de tonto. Una nariz puntiaguda, no demasiado grande pero que se destacaba entre unos ojos levemente achinados y su acné juvenil. Me asombré cuando se acercó a hablarle a su mamá. El rostro de la madre era muy parecido al del hijo, pero sin los rasgos feos. Era toda la cara del hijo menos los defectos. La mujer cantaba fuerte y entondadamente las aburridísimas canciones del siglo XVIII que entonaban los feligreses a capella, alentados por uno de los tres seminaristas que debe ser seguramente el más estudioso de su clase y que hacía las veces de monaguillo.
El padre de la nena era un señor un poco gordo, de pelo blanco y una barba larga, blanca y desordenada. Creo que llevaba anteojos, no lo recuerdo bien. Habrá tenido unos cincuenta y cinco años. Quizás más. Lo que sí recuerdo es que se mantuvo casi toda la misa con la cabeza firme y los ojos cerrados. Dudo que estuviera meditando y espero no ir al infierno si este fuera un juicio inmerecido hacia este pobre hombre. Llevaba una camisa blanca con unos detalles bordados, también en blanco, eran verticales y estaban del lado derecho, aunque creo que también del lado del bolsillo aparecían estas especie de guardas. Eran pequeñas filas de nudos, muy disimuladas. Pero nada, absolutamente nada de esto hubiera sido importante de no ser por la nena. No estaría contando esto. No habría nada acá. Hubiera desaparecido de mi mente todo recuerdo en un intento de mi cerebro por dejar espacio para las cosas importantes. Cómo si las hubiera.
Esa nena era especial.
Delante mío había un nene, de unos cinco años, con bermudas azules y remera naranja. Me miró, como buscando algos y remera naranja. urssas inmpabijos levenethi y cuando se encontró con mis ojos, mirándolo también, le dio miedo o vergüenza, o eso que nos da cuando no queríamos ser descubiertos haciendo algo y se fue. Unos segundos después apareció un nene, de unos cinco años, con bermudas azules y remera naranja, igual al otro pero distinto. Reconocí algo diferente. Después de unos instantes me di cuante de que habían dos niños casi iguales: eran mellizos o gemelos. El otro también me miró. Yo lo miré pero él enseguida disimuló su mirada, se dio media vuelta y se fue. También giré yo, por que la misa no comenzaba todavía, y ahi fue cuando vi a la nena. La nena debe haber sentido mi mirada, que no tenía intencíón de ser mirada sino era detenerse en un punto, al azar. Pero la nena mantuvo su mirada. Fue un instante. Yo le sonreí y ella me sonrío. Mi sonrisa fue espontanea. De esas que salen sinceras, desde adentro. No son grandiosas, probablemente en una foto no saldrían muy bien y seguramente no seríae en un punto, al azareteneres ue no era prn seleccionadas para ninguna publicidad. Pero fue una linda sonrisa. Pude sentirlo. Y lo genial, lo maravilloso y lo que hasta el día de hoy me sorprende es que su sonrisa fue mejor. Sonrió, quizás su mejor sonrisa y miró para otro lado, pero no escapando, sino como quién ya ha dado lo que tenía que dar y no se queda ahí, a empalagar, sino que sigue. En varios momentos las miradas volvieron a encontrarse. Yo la miraba porque me parecía una nena especial. Una nena de esas que aparecen en los cuentos, pero no en los clásicos, en que los niños tiran migajitas o lavan pisos de madrastras.
Sino en lo que, quizás por su edad, los niños entienden la magia. O quizás no sea por la edad, a lo mejor su espíritu es así.
Sus ojos eran marrones y grandes, pero parecían casi negros. Era un marrón muy oscuro. Tenía el pelo castaño, también muy oscuro pero se veían algunos mechones medio rojizos y corto, muy corto. Con mechones que le caían sobre la cara pero que, detrás, apenas llegaban a tapar su cuello. Tenía puesta una remera azul, con un pequeño reborde rojo y sobre esa remera un vestido rosa, con breteles con voladitos. Pero no era el típico vestido rosa con florcitas de nena buena. Era más bien el vestido viejo, rosa gastado que quizás fue de alguna prima. Además, no se veía precisamente como una nena tranquila que juega a tomar el té. Sus zapatilas gastadas, su movimiento constante y su cara pícara decían todo lo contrario. Hablaban de una nena a la que le gusta preguntar, y trepar árboles y nadar en el mar y hacer pozos profundos en la arena. Y después, tirarse al sol, a pensar el mundo con sus ocho años.
Tenía una cara rara. Una nariz chiquita, debajo de esos ojos negros y una boca también chica. Pero no paraba de hablar y su madre no paraba de hacerla callar. Y cuando no hablaba uno notaba que estaba hablando para adentro, consigo misma. Cantaba las canciones también fuerte, como su mamá y golpeaba sobre la madera del respaldo del asiento de adelante, siguiendo el poco ritmo que la gente del lugar le imponía a las ya tristes canciones.
No la miraba mucho. No quería incomodarla, ni romper el hechizo que habíamos empezado con esa sonrisa. Pero memoricé esa cara, y congelé ese instante en mi mente. Congele ese momento de niñez pura, de la simpleza de responder una sonrisa con otra más linda. Mucho más linda. Congele ese momento para poder imaginar lo que esa nena imagina, lo que piensa, lo que sueña. Imaginar quién será en el futuro.
Era inevitable asociarla con Alejandra: ese ser terrible de Sábato, en "Sobre héroes y tumbas". Comenzé el libro unos días antes y Alejandra estaba todo el tiempo en mi mente. Bruno, justamente hablando de Alejandra, pero también de todos decía que los labios, los ojos, las cejas no son más que manifestaciones del alma; ya que el alma no puede manifestarse a nuestros ojos materiales sino por medio de la materia, y eso es una precariedad del alma pero también una curiosas sutileza.
Y en esa sutileza encontraba a Alejandra, sin toda su furia, su drama, su miseria, su dolor...pero entonces, sería ella? Imaginaba que esa nena quizás podía ser una Alejandra, podía ser su fuerza, su energía, hasta sus ojos, su pelo. Alejandra pero sin serlo ...y a la vez, de todas formas y por las dudas, rogaba que no lo fuera.
Cuando me iba sabía que nunca más volvería a ver a esa nena. Asi es la vida, no? Queda en mi mente, y en algún lugar de mi alma. El alma impura que seguramente se irá al infierno porque no me acuerdo en que iglesia fui bautizado.

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