4.1.07

LaCarrera

Al girar la esquina él ya estaba agachado, con una mano en el piso, el pie izquierdo completamente apoyado en las baldosas mientras que con el izquierdo sólo la punta de los dedos tocaba la superficie, lo necesario para tomar envión. Algunos de los dedos de su mano ejercían fuerza sobre el piso mientras que su cabeza estaba completamente girada sobre su cuello, con sus ojos abierto, expectantes, esperando que yo doblara la esquina.

Sus ojos se cerraron desafiantes y no pude detenerme. La carrera había empezado y la duda quedaba para después. Como una cheeta explotó de su posición de salto, escuchando en su cabeza un revolver que estalla, la señal. Yo no estaba tan atento. Apenas había doblado la esquina de esa mañana de jueves cuando me dirigía a mi trabajo. El maletín negro en mi mano, mis zapatos lustrados la noche anterior, mi traje gris y mi camisa blanca con la corbata que me regaló mi hermana el último cumpleaños. No estaba en las mejores condiciones para correr a las ocho y media de la mañana.


Llevábamos pocos metros y él la delantera. Cada dos o tres zancadas miraba hacia atrás y me veía ahí, cerca, detrás de él. Sabía que yo estaba acostumbrado a este tipo de situaciones. Fueron quizás dos cuadras esquivando peatones, hombres que van a la oficina, alumnos de secundario, universitarios, viejas que necesitan hacer algo por la mañana para no morirse y seguíamos corriendo. Yo empezaba a sentir la transpiración en mi camisa planchada antes de salir. Calor en el pecho y en mi cabeza. El maletín flameaba como una bandera en el sur.

Estuve muy cerca de igualarlo en la carrera, pero no pude y de un momento a otro mi adversario se detuvo, apoyando sus manos sobre las piernas, inhalando y exhalando exageradamente. Secándose la transpiración de la frente. Corría todavía pero me detuve al ver que ya era una carrera de uno. ?Se terminó?, me dijo. ?La carrera era desde el kiosco de la calle San Juan hasta este negocio de antigüedades?.

Todavía agitado, no tuve más que aceptar. Desanimado le di la mano felicitándolo y seguí mi camino hasta el trabajo que quedaba a pocos metros por esa calle. Me había tocado perder como tantas otras veces había ganado. El vencedor dobló la esquina y se esfumó lentamente. Ya tendría la chance de enfrentarme nuevamente con él; aunque tuviera que volver a tomarme el trabajo de justificar mi transpiración y mis ganas de correr solo, con traje y zapatos, en el centro y las ocho de la mañana.

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