11.8.03

Ser Pedorro

Ser Pedorro: (versión definitiva de “Ser Urbano” TELEFE, 2003)

NOTA: Léase adoptando el tono de voz de Gaston Pauls (“explorador” y “curioso”), como si en su puta vida no hubiera visto a un carenciado, una prosti, o a una señora inválida...

Mendoza me da intriga. Es una especie de maleza que crece en el desierto; una maleza con olor a Calvin Klein y curiosamente distribuida, algo así como una estampita de un país perdido entre sus propias agallas.
Decidí hacer un tour por esta cuidad preciosa y de buen chupi.

El centro de la misma se impone orgulloso con su Peatonal Sarmiento. Corto de experiencia en paseos peatonales, decidí averiguar quiénes lo frecuentan, y una cálida mañana de este agosto-zonda me aventuré...
Encontré señoras gordas y paquetas tomando su déjeuner en “Siglo XX”, atraviadas en abrigos de pieles (sí, con este zonda de mierda...), anteojos oscuros estilo Chiquita Legrand y costosas carteras de cuero. “Qué linda, ¿es de cocodrilo? Porque la mía es de Cobra, viste...” Qué lindo. Qué conversación. Qué viejas repugnantes de mierda.
Sigo mi camino audaz y aventurero y me dirijo a la 5ª sección, famosa por sus chalets. (Para lectores de Bs As, es algo parecido a un San Isidro en miniatura)

Voy por la imponente Av. Emilio Civit, ¡qué casas, loco! ¡qué vehículos! ¿A cuantos países alimentaríamos si vendiéramos el reloj que lleva el señor de aquel Mercedes? Me detengo en una residencia de tamaño descomunal y le pregunto la hora al agente de seguridad. Sí, sí, acá todas las casas tienen a su agente de seguridad privado, no es cuestión.
Más adelante, ahhhh...el parque. Sí, acá sí que voy a encontrar gente rara que me cuente su malaria de todos los días, así podré volver a Bs As con algo, no? Muy linda la cuidad, pero de la gente todavía no se un carajo... A lo lejos veo a un vendedor de pororó (maíz inflado) que parece más embolado y triste que Pergolini almorzando con Chiquita. Él me mira y dice: “¿Queré pororó?? A lo que yo repongo (sí, la re-pongo): “No, quiero saber cómo es tu vida” El tipo me mira desconcertado y me dice: “¡Andate a la puta que te parió!” El hombre se aleja y medito: “Qué loco. Es la primera vez que me putean. Pero no me doy por vencido. Sigamos.”

Tomo un taxi y le digo al fercho: “Lléveme a ver algo interesante.” El tipo me mira por el retrovisor, pone primera, se rasca la barbilla y dice como para sí mismo: “...algo interesante...(¿?)” Después de 15 minutos de viaje llegamos a las inmediaciones de Salta y Córdoba. Veo decenas de chicas ligeras de vestimenta sentadas en el cordón de la vereda. Salto de tacho y me dirijo a una que no me quita los ojos de encima. Siento que me meo todo, pero no importa. Pero en eso estaba cuando ¡oh! Tropiezo con el cordón y me caigo en una especie de zanja. ¿Qué mierda es esto? ¿Para qué sirve? Desde que llegué a Mza. veo estas cosas por todos lados. Decido averiguar para qué son y le pregunto a la minuza: “Che, disculpame ¿para qué son esas cosas a ambos lados de la calle?” Ella me mira, levanta las cejas hasta la estratosfera y dice: “Depende, nosotras les damos todo tipo de usos, pero creo que son para mantener irrigados a los arbolitos para que no se mueran, viste?” “Ah”, digo yo, mientras me sobo el culo y enciendo un faso para despistar... “¿Y vos sabés cómo se llaman?”, pregunto. “Acequias, bebito”, responde la loca. Bueno; el resto de la historia es conocida...

A la mañana siguiente me levanto temprano, decidido a conseguir algo de material para el programa y salgo a caminar de nuevo. Hoy hace un frío de San Puta y enfilo para el acceso sur. Paso por unas casas que parecen ser de unos gitanos; estas se caracterizan principalmente por no ser casas (corrección) sino chozas con techos de lata y paredes de barro. Algo que me sorprende es que al lado de choza es que hay 1 o 2 relucientes 4x4 estacionadas y todas llevan un cartelito que dice “VENDO”. Le pregunto a un transeúnte cuanto piden por una de las camionetas y me dice “Para vo´, diez mil, tío.” Más adelante veo a una mujer joven dándole la teta a un nene (o nena) en la puerta de su choza. Me quedo mirando y en eso siento un golpe seco en la nuca, que me desmaya. Cuando despierto veo a tres gitanos diciéndome: “Hombre, a nosotros no nos gusta que nos miren a las mujeres. Si te pillamos haciendo eso de nuevo, te arrancamos uno por uno los pelitos de ya sabes dónde...”

Salgo corriendo de aquel horrible lugar y pronto me desoriento. “Ah, las montañas”, pienso. “Al oeste están las montañas, si sigo rumbo Nor-oeste llego al centro”. Camino por espacio de casi 4 horas, pero no llego a ningún centro, sino a lo que llaman los “Barrios del Oeste”. Me reanimo un poco, siento que estoy “en mi salsa” y que al fin podré conseguir algo de material. Me cruzo con un grupo de unos 4 vagos que están en una cuneta (o acequia) tomando cerveza “Diosa” y escuchando “Yerba Brava”. Uno de ellos dice “Eh, culeau, dame un cigarro”, y yo, para ser amistoso, le digo “Sí, acá tenés, culeau” En un santiamén los 4 se levantan y me patean el orto hasta dejármelo insensible. Cuando me puedo poner de pie (ya no podía permanecer más sentado) digo “¡Mierda! ¿Qué pasa con estos menducos?” Me harto de esta provincia (que sólo los mendocinos parecen entender) y me largo a BA. Tal vez alcance a hacerle una nota a algún traba desocupado. (¿Alguien conoce alguno?)

-Historia ficticia. Cualquier semejanza con hechos reales, es pura coincidencia.-

No hay comentarios.: