20.1.04

sala de espera

Amo cuando llegan imágenes como esta a mi cabeza. Llegan porque sí. Llegan porque mi inconsciente deja un puerta abierta. Hoy logré atrapar una (como se atrapa una mariposa) y acá está. Se las regalo.

Sala de espera

Abro los ojos ¿Cómo llegué hasta acá? Miro mi cuerpo y me resulta extraño estar desparramado en esta dura silla de metal. Me reincorporo y, mientras me termino de despertar observo a mi alrededor ¿Una sala de hospital? Es pequeña, quizás de cuatro por cuatro. A mi izquierda una puerta de ascensor cerrada y sucia. Todo el cuarto está muy sucio. Una luz tenue inunda la habitación y resalta cada gris de la sala. Todo es gris: las paredes tienen un gris oscuro. El piso es gris y está sucio como si no le hubieran pasado un trapo por semanas. Las colillas de cigarrillo en las esquinas y carteles que no me detengo a leer. Definitivamente es una pequeña sala de algún sucio hospital. Dos aberturas en la habitación hacen las veces de puertas, pero nadie entra ni sale. No se escucha ningún ruido. Hay demasiado silencio. “Debe ser tarde”-pienso, pero no hay ningún reloj y yo no uso porque no me gustan, aunque se ven bien en mis flacas muñecas. Me encuentro desorientado, disperso, no logro pensar con claridad. No logro concentrarme y recordar. Me inclino hacia delante y por alguna razón intento levantarme. Quizás pueda ponerme de pie y salir, averiguar donde estoy y por qué. Me pongo de pie y en ese mismo instante invaden la sala decenas de personas. Entran como en manada y llenan la habitación. Hablan entre ellas, unas con otras. Parecen cientos. Sus voces aturden. Pareciera que el pesado y húmedo aire se fuera a acabar. Somos muchos y no logro distinguir ni una sola palabra. El murmullo es demasiado fuerte y ensordece como una legión de moscas. Somos demasiados y estamos todos apretados, los cuerpos se tocan unos con otros. Todos están estáticos y parece no importarles estar en un lugar tan pequeño. Es como esas especies de manifestaciones en las que unos se apoyan en otros. Es una muchedumbre en una especie de acto político. Miro alrededor y no comprendo ¿Qué hace toda esta gente acá? ¿De dónde salieron? ¿Por qué son tantos y por qué son tan extraños? Todos me ignoran, como si no estuviera allí. Siento que me empujan. Escucho a algunos que se ríen pero no logro ver quiénes son. Son demasiados. Somos demasiados. Me rindo y, cómo puedo logro reacomodarme en mi silla. “Esperaré a que se vayan”-pienso. En el momento en que me siento todos se empiezan a retirar por la segunda puerta, como si algún semáforo invisible se hubiera puesto en verde. Salen como entraron: todos juntos como en una manada. Una vez más no comprendo, pero mi mente sigue en blanco, como si estuviera alcoholizado o drogado. Se que no lo estoy, pero mi cerebro se niega a responderme. “Me voy”-me dije a mi mismo convenciéndome de que esta vez si lograría escaparme de esa extraña y oscura sala. Es extraño pero ni bien volví a ponerme de pie otro malón volvió a ocupar la habitación. Empujaban con más fuerza ahora. Puedo jurar que era cientos. Todos entre esas cuatro paredes de cuatro por cuatro. No eran los mismos pero entraron por la misma puerta y volvieron a crear ese tapón humano que me impedía salir. Y aquí estoy desde ese día. Cada tanto me despierto y me encuentro en mi dura silla gris de metal a la que ahora llamo hogar, casi cayéndome y me reincorporo. Intento siempre escapar, irme de esta maldita sala de hospital pero llegan “ellos” y me lo impiden. Me ignoran e ignoran mi deseo de salir. Cada tanto intento hablar con ellos pero es en vano. Solo esperan que me siente para dejarme solo, en silencio, rodeado de mis cuatro paredes grises de cuatro por cuatro.

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