28.6.04

Cruzando la calle

"No es forma de cruzar la calle", me decía mi mamá. "Hay cuatro esquinas y uno tiene que ubicarse en una de ellas, esperar que le de la luz roja a los autos y caminar hacia adelante en posición 90° con respecto a la linea que traza el cordón". No justamente como yo hice. Me paré en una esquina, no venía nadie, ningún auto, ninguna moto, ninguna bici, asi que cruzé. Pero decidí trazar una hipotenusa, en vez de un cateto opuesto y otro adyacente. En vez de 90°, opté por los 45°. Corté camino, cruzé una vez lo que me hubiera tomado dos. Y sí, lo volvería a hacer. No me arrepiento. Era de noche y no había policías de transito. Y si los hubiera habido....bueno, quizás hubiera optado por el camino más largo pero no fue el caso.
Es que yo soy así: cuando cruzo lo hago por instinto, elijo seguir mis instintos y cruzo por donde me place. Me alegra que no se me plazca cruzar por encima de alguna señora o a caballito de algún señor de oficina. Me alegra por mi salud física y mental. Antes de cruzar siento algo dentro mío que me dice: "ahora, cruzá". Es como un instante en donde necesito llegar a la otra vereda pero atravesando allí mismo la calle.
Si hago un metro más me frustro, me siento mal y vuelvo al lugar en donde debería haber cruzado. A veces me encuentro a casi sesenta metros de la próxima esquina, y aunque mi destino final está todavía lejos, debo cruzar...y me doy cuenta de que si decido hacerlo voy a tener que esperar más, porque vienen muchos autos, y si llego a la esquina y cruzo desde ahí todo va a ser más facil; el semaforo y la senda peartonal me van a ayudar y además estos autos van a haber pasado y seguramente no van a venir más y yo voy a ser feliz y voy a poder cruzar más tranquilo...pero no. Me freno en ese instante y espero...hasta poder cruzar por ese lugar, el que "yo quiero". Y los autos pasan y pasan y pasan y pasan, y son muchos y pierdo tiempo. Pero cuando pasa el último yo cruzo, por el medio de la calle y soy realmente feliz.
Esa noche era eso lo que quería: ser feliz, con tan poquito, ser feliz. Primero me fijé: no, no venía nadie por ninguna de las dos calles. Y quería llegar a esa esquina, no a la de enfrente enfrente, sino a la de la diagonal enfrente...y cruzé asi, en diagonal. Era de noche y nadie me podía venir a decir nada. Las viejas no iban a poder gritar como locas que me iba a matar, mi mamá no me iba a agarrar de la mano bien fuerte y a decirme que eso estaba mal, el policía de transito no me iba a dar una clase de moral, buenas costumbres y tránsito. Despacito, paso a paso. La calle estaba mojada, miré hacia arriba y vi que el cielo lentamente se estaba despejando. La tormenta había sido fuerte y todavía se sentía la humedad, amiga de Buenos Aires. Las luces, el vientio fresco del sur, los perros que ladraban a lo lejos en aquel barrio...y la tapa. La tapa de la alcantarilla no estaba. Seguramente el agua la había levantado y la había sacado de su lugar, o a lo mejor nunca estuvo. Y me caí. Por suerte no fue grave. Me lastimé un poco, pero caí parado. El agujero tendrá unos cuatro metros de profundidad. Está bastante bien. Hay mugre, un poco de ratas, algo de olor a podrído pero se puede vivir. Para cuando llueve encontré un lugar como a 2 kilómetros de esta alcantarilla rota, en donde se mantiene todo un poco más seco. No vamos a decir que es un paraiso pero sirve para pasar el rato. La verdad es que no la paso tan mal acá abajo. Y además, no me tengo que andar preocupando por pavadas como por dónde cruzar la calle.

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