10.3.06

memorias / princesa

Esta mañana desperté con el cuerpo anestesiado. Ví las paredes húmedas, los techos supieron guardarnos de la lluvia, tan plomiza y enferma, a veces tan tóxica e irresistiblemente vana.
Si los ángeles decidieron cuidarnos quizá seamos el centro de sus tronos, lo incalculable de sus amores.
Esta mañana la pena me metió en la jaula donde los mortales (para siempre, mortales), solemos padecer las culpas de la culpa, el resquemor de los remordimientos, la tozudez de los arrebatos.

Tal vez a la princesa le falte algo de menta en su desayuno... O quizá tenga deseos de seguir durmiendo... O seguir siendo imaginaria en los altares de su mayor pretendiente.

Ciertamente nunca sé adónde me llevan los mundanismos. Prometí a mi Dios mantener la dureza de mis escudos y alimentar al caballo para todas las batallas imprevistas. Prometí ser siervo fiel y que sólo atinaría a secarme las lágrimas y el sudor con mis propios mantos, pero que las sacudidas no podrían arrebatarme el valor.
De todo eso, me queda la memoria implacable y el anhelo de volver a ser aceptado en los ejércitos. Mi vida se fue ocupando de decirme que yo no era nadie, y Dios, de decirme que podía serlo todo. Enjuagarse el rostro cansino y roto de dolores significa saber volver.
Quizá a mí me significaría otro comienzo más. Quizá mis quejas contra el mundo que me tocó ofendan más de lo que pienso a mi adorado Señor. Quizá mi Señor me guiñe su mirada cada vez que las mañanas son como ésta; con tanto rostro muerto, tanto tejido anestesiado, tanta punza en los sentimientos.
Quizá crecer y madurar el manejo de la espada no se trate de la cantidad de batallas, sino de lo que hice en cada una.
Mi Señor escucha atento mi queja y mi plegaria, sabe de mi infame nada, sabe de mi insignificancia, y sin embargo sabe volver a colocarme entre las filas.
Cómo quisiera volver a las exquisitas sutilezas que me decantó el destino. Volver, al rescate de lo que quiero ser, y no de lo que soy.

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