17.12.04

El descargo (o descargue)

Sí señor juez, tiene usted razón. No puedo hacer más que agradecerle su entereza profesional y su noble entendimiento frente a mi desafortunado episodio. Me considero bendecido por haber recibido esta sentencia, que además considero justa y que me hace creer que la justicia verdaderamente funciona como la instancia en la cual se resuelven y curan los problemas que flajelan a la sociedad de hoy.
Esta sociedad, marcada por las injusticias y los atropellos ha dado un vuelco en el día de la fecha. Un vuelco que quedará en la memoria de los deseosos de justicia en pos de un bien común que regenere, lenta, pero a paso seguro, las bases del mundo moderno.
Me siento, además , en la obligación de continuar, una vez finalizado mi período de trabajo comunitario, ayudando a mi gente en la actividad que Dios y la Patria me lo demanden. He comprendido el sentido profundo de la cooperación. He captado la esencia del respeto por las instituciones que tanto bien le han hecho a la humanidad. Y, si usted me permite (y espero no generar con esto ciertas conjeturas erroneas, o un mínimo atisbo de duda en su apropiado veredicto), debo confesarle, señor Juez, que de un modo u otro fue este mismo sentimiento de fraternidad y solidaridad, de contribución, de entrega profunda y desinteresada para con mis pares, el que me llevó a esto.
Sé que he obrado mal y que el fin no justifica ni los medios, ni los graves y mucho menos los agudos, pero fui, por un segundo...y solo por un segundo un soñador. Cúlpeme por eso, señor Juez, pero es lo que fui. Soñe con un mundo mejor, con un mañana límpido, diferente al pasado oscuro. Un futuro de paz, armonía y fraternal convivencia. Yo no lo conocía a este señor. No fue, bajo ningún punto de vista, un acto premeditado (como quedó claro durante el juicio gracias a la calificada actuación de los fiscales y abogados de ambas partes). Yo lo vi. Vi el futuro. Vi un sueño convertirse en realidad. El sueño de muchos, sino de todos: desde los más humildes hasta los extremadamente acaudalados. La circunstancia, creí entender, ameritaba un gesto heróico. Y yo, si yo, este pobre sujeto, creí encontrar en el fondo de mi alma una luz, una ápice de valor, una pequeñísima pero poderosa valentía frente a la posibilidad de...hacer justicia.
Se que obré mal. Lo se. Nunca más volveré a hacerle daño a un semejante. Lo he entendido. Pero quiero que sepa que mis deseos eran nobles y no los de un asesino vulgar.
Muchos han calificado mi accionar con adjetivos que me han producido escalofríos. Pero, a la distancia y finalizado este juicio, debo admitir que he tomado conciencia de que fue un modo...¿cómo decirlo?¿ Repugante? ¿Horroroso? ¿Espeluznante? No encuentro palabras. Quizás deba decir terrorífico, de terminar con la vida de una persona. Pero sepa usted, señor Juez, que esta persona le ha hecho mucho mal a la humanidad. Se acerca la fecha, usted lo sabe, todos los sabemos. Y no es fácil. No es facil llegar a diciembre, asi haga frío o calor, y encontrar una casa donde no haya una. El daño que este hombre ya ha hecho es irremediable...tal y como lo que yo he hecho. Esto me iguala de alguna manera a esta persona y eso me apena y acongoja.
Por eso, señor Juez, yo no pido reconocimiento público...por que no he logrado nada. No logré lo que me propuse esa noche en la que conocí al difunto. Solo logré llenar mi corazón de aridez, de llanto, de profunda pena. No logré que dejaran de incluirlas...ellas seguirán ahi, como su creador las pensó, dando color, dando sabor. Sí, he logrado superar parte de mi enojo. He combatido, durante todo este tiempo, incontables batallas contra mi mismo y el triunfo, por ahora es parcial.De todas formas creo que nunca podré perdonarlo por todo el mal que le hizo a la navidad. Navidad es época de paz, de perdón, de corazones abiertos y...sí.
El tiempo me hará aceptarlo. Confío en eso, señor Juez. Confío en que alguna vez perdonaré a ese pobre anciano que ya no vive en esta tierra. Ese aragonés, desconocido en su tierra, pero de alguna forma, tristemente célebre. Ese hombre, que no tuvo mejor idea que incluirlas, ponerlas en el centro de nuestra mesa en estos tiempos navideños. Ese hombre, que, además, las puso en todo el interior mismo del centro de nuestra mesas. Junto a productos nobles, dados por la tierra como son las avellanas y las nueces. Ese, mal llamado Pan Dulce. Pero no señor Juez, con lágrimas en los ojos le digo que debo serle franco, debo sincerarme y decirle que probablemente nunca lo perdone. Probablemente nunca pueda dejar que este señor duerma en paz. Creo...creo que nunca podré perdonar a este hombre que llamó frutas a pedazos de plástico con los colores más terrorificos que han estado sobre las faz de la tierra en la historia del universo: los artificiales. Que tuvo el tupé de creerse conocedor del gusto popular, amo y señor del sabor universal y que permitió que el noble pan dulce sea solo...solo eso: un poco de pan, invadido vilmente, asquerosamente por ellas: las frutas abrillantadas.

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